Foto de portada: Ames Wildman
Conocí a Laura en un concierto donde Guerra Fría estaba como artista telonera.
Quiero lanzar una reflexión, para empezar esta entrevista. Yo creo que nunca, repito, nunca, hay que perderse a los teloneros. No me canso de repetirlo. No vayáis siempre a ver los mismos cuatro nombres que os son familiares. Atreveros a probar cosas nuevas. Atreveros a abrir la mente. Atreveros a salir de la zona de confort, joder. Hay cosas maravillosas ahí fuera, os lo juro.
Después del concierto me acerque a ella y hablamos un poco, lo suficiente para sentir que tenía tanta magia y humildad tanto dentro como fuera del escenario. Guerra Fría es el proyecto en solitario de Laura Del Vecchio, artista que en paralelo ha tocado en varias bandas como Rakta, Chroma y Mentira. Sus trabajos han sido editados en sellos de renombre como Harbinger Sound, La Vida es un Mus y Nada Nada Discos. Su primer proyecto en solitario, Guerra Fría, tiene sus raíces en las escenas DIY y punk fusionando elementos repetitivos del dub y el techno. Sus letras tienen carga política y expresan los sentimientos de una generación despojada por el capitalismo tardío.
Hoy conversaremos con ella sobre su trayectoria, sobre el proyecto Guerra Fría y sobre su próxima aparición en el Ombra Festival (Barcelona).
—Buenas Laura, primero de todo muchas gracias por tu tiempo y por responder a nuestras preguntas. Me gustaría saber cuáles han sido tus principales influencias a la hora de ir formando tu personalidad como artista. Seguro que la literatura ha jugado un papel importante, me gustaría saber tus referentes dentro de todas las artes.
—Ante todo, muchas gracias, Alba, por pensar en mí y por el interés en Guerra Fría. Me hace mucha ilusión esta entrevista 🙂
En cuanto a mis referencias, creo que las busco en las relaciones que mantengo con el mundo y en cómo me gustaría que el mundo fuera. Las letras que escribo están fuertemente influenciadas por las cosas que leo, que suele ser teoría política o filosofía. No me quiero hacer la interesante, pero creo que, más bien, acabo siendo la aburrida. Pero a mí me ha influenciado mucho Hannah Arendt, Achille Mbembe, Walter Benjamin, Noam Chomsky, Carlo Rovelli y podemos seguir con esto durante todo el día. Para producir música, busco contenido dentro de la belleza y la estética. Que algo sea bello o que suene bien, no me basta. Supongo que esto le pasa a todo el mundo, pero el mensaje o el contexto de las artistas son factores muy importantes para mí.
Eso no significa que todo deba tener una propuesta política.
Por ejemplo, me fascina la música caribeña. Pero claro, aunque muchas de sus vertientes tienen un rasgo político muy marcado, como el Roots, no es solo su narrativa política que me parece interesante. Me encanta la idea de que el Reggae tenga una relación muy íntima con la música callejera, con todas en la calle, con el baile, con romper con la rutina y de que sirva de herramienta para estrechar relaciones entre personas marginadas. Margen, eso. Esa era la palabra. Me gusta todo que tenga sus orígenes en los márgenes. En las personas que, aunque sin recursos, hayan buscado la manera de expresarse. En esta categoría marginada podría incluir muchos proyectos y artistas que me parecen increíbles como Big Youth, Sun Ra, Moor Mother, Cólera, Mike Banks, Jeff Mills, Jorge Ben Jor, as Mercenárias y un sin fin de referencias.
También me gustaría mencionar artistas increíbles que tengo el placer de llamarles amigxs, como Carla Boregas, Maurício Takara, Pedro Keppler, Paula Rebellato, Pilar Talavera y Xavi Badosa. Seguramente me olvido de alguien, pero estos nombres deberíais buscarlos.
—Siempre me gusta preguntar por el origen de los aka artísticos.
—La guerra fría a la que hago referencia no tiene nada que ver con la de entre Estados Unidos y Rusia, sino que me refiero a la guerra silenciosa que vivimos las mujeres e identidades disidentes.
En 2018, en medio de muchos cambios personales, empecé a revisar muchas situaciones que había vivido en la vida y me conciencié de que había sufrido violencia doméstica en mi infancia. Darme cuenta de eso de adulta y después de tantos años me impactó porque no era consciente de ello. Lo veía normal. Pero luego hablando con amigas y compartiendo mi historia, a muchas personas le chocaba lo que les contaba, hasta que un día una amiga me dijo: “viviste una guerra fría en casa”. De ahí el origen del nombre.
—Si tu misma tuvieras que definir y ponerle una etiqueta a Guerra Fría, ¿cuál sería?
—Diría que es música experimental. Sé que es un estilo muy amplio, pero me gusta la idea de que tengo las puertas abiertas para experimentar y cambiar algo cuando me dé la gana. Cuando nos categorizamos tendemos a seguir determinadas tendencias y las tendencias nunca me han gustado.
—Tengo mucha curiosidad por como empezaste en el mundo de la música. ¿Influencias familiares, del entorno…?
—Empecé siendo muy pequeña. En mi ciudad natal, São Paulo, tuve mi primer grupo de punk a los 13 años. A partir de ahí no paré de tocar. En casa, la música siempre estuvo muy presente porque mi padre es músico también, aunque me identifique muy poco con su gusto musical y su manera de tocar. Él es virtuoso y yo soy más bien “experimentalista”. Además, mi padre siempre fue muy posesivo con sus instrumentos y nunca me dejó tocarlos, así que me apañé con los instrumentos de mis amigxs.
Sin embargo, mi madre me regaló un teclado cuando era bastante chiqui y desde entonces nunca dejé de tocarlo. De ahí aprendí a tocar el piano de manera autodidacta.
Tengo que decir que mi entorno en São Paulo me ayudó muchísimo. Estaba rodeada de gente super creativa que no se definía bajo ninguna categoría; odiaban las etiquetas. Mi primer grupo “serio”, Rakta, empezó un poco así. Éramos un grupillo de amigas que nos conocimos en el punk, pero lo que hacíamos, aunque compartía raíces con un montón de grupos del mismo género, no se parecía a nada en aquel momento y no teníamos la intención de hacerlo. Nadie entendía lo que hacíamos.
—¿Cuál fue el primer instrumento que tocaste? ¿Cuándo y cómo empezaste a cantar?
—La guitarra. Tuve un grupo de punk en Brasil hace casi 20 años. No era nada serio, pero tocamos algunos conciertos. Luego, fui tocando en otros grupos, a veces la guitarra, el bajo o el teclado. Me pasé a la batería algunas veces también, y también cantaba. Mi recorrido navega entre la ineptitud y la experimentación.
A medida que voy conociendo nuevas propuestas artísticas voy interesándome por nuevos instrumentos y cómo tocarlos. Hoy en día tengo un sintetizador y lo uso con Guerra Fría (junto con otros cacharritos), pero quizá mañana me paso al birimbao o cualquier otro instrumento. Que lo toque bien es otra historia 🙂
—Eres originaria de Brasil, pero llevas bastantes años en Barcelona. ¿Cuándo empieza tu camino en solitario? ¿Fue en Brasil, o ya en Barcelona?
—Guerra Fría es mi primer proyecto en solitario y espero que sea el único y el último. Me gusta que haya gente que se monte diversos proyectos en solitario siendo la misma persona, pero este modelo no me funciona a mí.
Y sí, Guerra Fría empezó en 2018, en Barcelona. En esta época estaba viviendo un montón de cambios a nivel personal y Guerra Fría me ayudó a sobrellevarlos. Quería hacer ruido, aporrear lo que tenía delante y conocer gente fuera de mi entorno social y cultural de aquél entonces. Guerra Fría fue una buena excusa para salir de mi zona de confort.
—¿Qué roles tenías en las bandas en las que has tocado? ¿Crees que esos roles te han influenciado en tu proyecto Guerra Fría?
—Muchos roles jajaja.
En Rakta tocaba la guitarra y cantaba. Al principio, también llevaba mi teclado al ensayo (¡¡¡el que me regaló mi madre de chiqui!!) porque quería que hubiese un teclado en el grupo. Luego, Paula, la cantante, decidió tocar ella el teclado. Y joder, ¡¡¡este teclado estuvo en el grupo por años!! Al final me quedé con la guitarra y creo que fue una buena decisión. Luego estuve en otros grupos como Borzeguim (tocando el bajo y cantando), Mentira, (el sinte y cantando también) y Chroma (tocando el bajo pero sin cantar). Luego he tenido otros grupos, pero no tuvieron mucha continuidad.
Y sí, todos esos proyectos han influido en Guerra Fría porque han sido proyectos colectivos. Al ser proyectos colectivos, las personas que conformaban esos proyectos me han influido. Estoy infinitamente agradecida por haber compartido tantas cosas con esas personas y que tenerlas como mis amigas, hasta día de hoy y después de tantos, tantos años.
—¿Cómo es la escena de Brasil? Si la comparas con la escena en España, y en concreto con la escena en Barcelona, que semejanzas y diferencias dirías que existen.
—Lo que hacíamos en São Paulo era bastante diferente de la escena musical en Barcelona y en España, en general. Pero eso depende también de la escena musical. Yo puedo hablar solo sobre los espacios y sitios donde he estado.
El punk, por ejemplo, es infinitamente diferente, porque aquí las cosas son más ortodoxas, musicalmente hablando. También aplicaría este concepto a otras escenas musicales, pero en menor medida. Sin embargo, hay muchos proyectos de aquí que me parecen muy auténticos y que vale la pena nombrarlos; Coàgul, Yugular y Spinoza Spinoza.
En São Paulo hay una necesidad de hacer algo distinto, y creo que eso tiene que ver con el hecho de que, como estamos apartadas de lo que se llama “centro cultural” del mundo, nuestras referencias son muy nuestras y estamos muy poco preocupadas en “agradar” el público. Además, la diversidad musical autóctona de Brasil nos permite tener acceso a un catálogo muy amplio de referencias. No sé cómo estarán las cosas allá ahora, sobre todo porque yo acompaño las cosas desde la distancia. Pero creo que aquí hay una necesidad de pertenencia y una red que se basa en el amiguismo. Eso, en mi opinión, acaba interfiriendo en la capacidad de experimentación. Admito que me he beneficiado de esto, pero me incomoda que las cosas aquí sean de esta manera.
Propuestas como el Ombra me molan porque hay una diversidad tremenda de proyectos y la propuesta del festival está muy bien curada.
—Tus letras son muy reivindicativas, crees que la música es un vehículo de reivindicación social. ¿Te consideras activista a través del arte?
—Para nada. A ver, todo es político, así que de cierta forma lo que hago con Guerra Fría podría llamarse político también. Pero no puedo comparar esfuerzos de militancia de compañeras que se dedican a parar desalojos con mis momentos de soledad donde escribo letras de cuño político. Tiene algo de político, sí, pero el activismo a través del arte me parece un poco superficial cuando sabemos que hay gente que pone sus cuerpos ante los cañones del estado para defender a sus iguales.
Sin embargo, creo que estar en el escenario y decir cosas políticas es una buena herramienta para producir un impacto en la gente que te ve. Pero claro, es efímero, sobre todo considerando que los entornos de ocio están, en su mayoría, contaminados por las drogas y el consumo de alcohol.
También puedes hacer política con tu música tocando en conciertos benéficos para movidas políticas. Eso me parece más político, aún más cuando las dinámicas de placer están tan arraigadas en lógicas de consumo capitalista. Yo escribo sobre lo que sé (y lo que no), lo que veo y lo que siento. Las letras parten de una necesidad de decir determinadas cosas, incluso de amor.
¿Es eso activismo? No lo sé, de verdad.
—Cuando llegas a Barcelona, ¿te es fácil o complicado conectar con personas con intereses afines?
—Para una persona migrante como yo, nunca es fácil conectar con personas, sean éstas con intereses afines o no. Si vienes de un país que no habla en español, ya empiezas tu trayectoria con una desventaja tremenda, porque tienes que aprender un nuevo idioma. Las personas migradas tenemos muchas prioridades que solventar cuando llegamos a un país nuevo y conectar con gente que tenga tus gustos nunca está en la lista de prioridades. Por lo menos para mí no lo estuvo.
Vas conectando con la gente que te aparece en el camino y poco a poco vas expandiendo tu red. A mí me costó bastante, pero estoy segura de que he sido una de las más privilegiadas, sobre todo teniendo en cuenta que soy una persona blanca, lo que facilita mi integración según el tipo de entorno.
—Las dos veces que te he visto actuar, tanto tu setup como la puesta en escena ha sido totalmente distinta. ¿Esto ha sido casual o cambias mucho tus directos?
—Jaja ya. Me gusta cambiar. Todas las canciones que tengo están ensayadas y las suelo repetir, pero depende del concierto. Como dije antes, creo que parte de lo que hago se basa en la necesidad de experimentar. Dependiendo del día y del tiempo que tengo para preparármelo, pienso en una narrativa que quiero contar, sea por medio de la manera en que me muevo o a través de los ruidos que toco y de las cosas que digo.
Hay veces que me gusta ser un elemento estático, escondido detrás de un instrumento o una especie de animal simbiótico que se mezcla con la gente que me ve tocando. Ahora he llegado a una fórmula de directos que me gusta mucho y que llevo reproduciendo desde los últimos bolos, pero eso no significa que no llegue a cambiar este formato.
—¿Cómo fue el paso de tocar en bandas a tener tu proyecto en solitario?
—Fue un proceso bastante natural. De hecho, ni lo pensé.
Necesitaba hacer algo que fuera mío, que fuera inmediato. Tener proyectos colectivos requiere saber ceder, delegar, compartir y asumir determinadas cosas para que haya una dinámica fluida entre las personas que conforman estos proyectos. En el momento en el que empecé Guerra Fría, yo tenía una necesidad inmediata de decir ciertas cosas y de hacer ruido. En verdad, la música para mí siempre estuvo conectada con una necesidad, sea cual sea. No toco por capricho sino porque lo necesito, y esa necesidad, con el tiempo, ha ido cambiando. En 2018, era inmediata y no podía esperar por otras personas.
—¿Qué podemos esperar de tu actuación en Ombra Festival este año?
—Ritmos mántricos y trance, mucho trance para bailar. ¡Quiero ver a la gente moviéndose!
—¡Pues no nos lo pensamos perder!